Marcel Proust. Dibujo de de Tullio Pericoli, 1987

 

Se cuenta que Ventura de la Vega, ya muribundo, convocó a la familia junto al lecho de muerte y les anunció que tenía algo importante que decirles. Una vez todos en torno al dramatugo, les dijo con decimónica declamación: “Tengo que confesaros algo que siempre oculté. Me jode el Dante”. Muchos, muchos años después, el autor de éxito Lorenzo Silva me dijo sin rubor ni pudor, algo que me pareció muy bien, que el Dante siempre le había parecido uno de los autores más pesados que había leído y que no le aguantaba. Lo del rubor y pudor se explica por razones generacionales ya que el autor pertenece ya a los nacidos en la llamada cultura pop, que entre cosas tiene a bien derribar ídolos, en un ejercicio que para sí quisiera Robespierre, para erigir otros nuevos, en especial si uno mismo está implicado.

Muchos años después, hace escasos meses, asistí como lector a una polémica en el diario El País surgida entre Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina en torno al centenario de Benito Pérez Galdós en “muy civilizada polémica” según opinión de Mario Vargas Llosa, que adjunta cuando firma Premio Nobel de Literatura como otros en tiempos pretéritos adjuntaban Lord Blenheim o Marlborough a su nombre u otros, el Muy Honorable, y que a mi me pareció un tanto banal porque lo único que presentaban eran sus opiniones, gustos y disgustos, como si asistiéramos a una conversación entre dos paisanos en que se tiran media hora diciendo uno que la paella es mejor que el cocido y el otro que no, que estás equivocado, que es justo todo lo contrario, y así hasta algo próximo a la eternidad  que por suerte era sólo apariencia pues aparece el tiempo y, por tanto, todo tiene un final. La comparación es justa.

Que cada cual tiene sus gustos es algo tan evidente que da vergüenza hasta escribirlo y que esos gustos son tan adecuados, pertinentes y justos es algo que entra dentro del respeto que debemos a cualquiera, y cuando digo cualquiera meto en especial a escritores famosos porque en tanto a opiniones contundentes y a veces extravagantes la cosa no tiene precio: Tolstoi  diciendo a Chéjov que le encantaban sus relatos pero que su teatro le recordaba desgraciadamente a Shakespeare, que era autor inmoral; Nabokov echando de clase en la Universidad de Cornell al futuro escritor John Barth porque se le ocurrió alabar a Dostoievski y diciendo en cuanto tenía ocasión que William Faulkner era un fracaso como escritor; Jorge Luís Borges confesando a su amigo Bioy Casares que Faulkner, Joyce y Henry James son muy valorados porque han logrado colar un estilo un tanto impostado a los académicos y que eso les garantizaría estar en el candelero largo tiempo; el mismo Borges diciendo que Manuel Machado  tenía un hermano que se llamaba Antonio o la preeminencia que otorgaba a Cansinos Assens… para no ciatar a Ramón Gómez de la Serna que era el que le precocupaba en realidad porque el otro no le hacía sombra y en el orden del arte, lo que hizo Picasso citando siempre a Juan Gris para hacer caso omiso de Braque…y así podemos recoger mil anécdotas, algunas extravagantes, otras llenas de malignidad en torno al modo en que los artistas se valoran unos a otros a través de los siglos y que para su descargo hay que decir que por lo menos sus opiniones son coherentes con su estética… aunque también con su vanidad.

Hace pocos días, Mario Vargas Llosa, en un artículo escrito en El País, y donde adjuntaba lo de Premio Nobel de Literatura, al modo de carta de nobleza para un escritor, se metió de lleno en la civilizada polémica que habían tenido Cercas y Muñoz Molina confesando que no había nunca aguantado a Proust y que había llegado la hora de confesarlo públicamente, lo cierto es que no sé la razón de la publicación de la tal confesión, y que el tal Marcel le parecía frívolo, su pequeño mundo egoísta y sus paredes de corcho que le aislaban de los ruidos del mundo un recurso un tanto mezquino por no oir las oces de los demás y, de paso, terciaba así en la polémica en torno al centenario de don Benito proclamando que en esa civilizada discusión se ponía del lado de Muñoz Molina y no de su amigo Javier Cercas. Sic.

La verdad es que tengo a Vargas Llosa como a un escritor muy voluntarioso, que ha conseguido escribir muy buenas, buenas, normales y malas novelas  a lo largo del tiempo con disciplina de cadete de la Leoncio Prados pero como crítico, y a pesar de ser un lector enorme, es de una miopía enternecedora, y digo enternecedora porque me consta que Vargas Llosa es sincero cuando opina de estas cuestiones, aun cuando destroza a un autor como Juan Carlos Onetti alabándolo. El que posea la sinceridad del fanático es otra cosa.

Dije antes que los autores en sus opiniones suelen ser coherentes… a su favor, claro. Vargas Llosa dijo de uno de sus autores preferidos, Gustave Flaubert, que era un autor que había llegado lejos por voluntarioso sin darse cuenta que el voluntarioso era él; Nabokov reprochaba a Cervantes haber creado en el Quijote una figura tratada con crueldad cuando si hay un autor en el siglo pasado que haya escrito página memorables sobre la crueldad era él… en fin, volviendo al Premio Nobel, en el citado artículo sobre Galdós dice de éste que no era un genio pero que sin duda fue el gran escritor español del XIX y que fue el primer escritor que se profesionalizó, lo que equivale a poner a Galdós en el mismo lugar que colocó a Flaubert y todo ello porque Mario Vargas Llosa opina de él mismo que no es un genio pero que es voluntarioso y, desde luego, un profesional.

A algunos les divierten estas falsas polémicas que poseen el sello de la  banalidad del mundo en que habitamos hoy día porque en definitiva cabe preguntarse que nos ha aportado Vargas Llosa en ese artículo sobre Galdós. Primero, que no le gustaba Proust por razones curiosas y segundo, que Galdós es el mejor novelista español del XIX pero no era un genio mientras adjunta que genios hay pocos pero no nos explica qué entiende por genio. Bueno, basta ya de reiteraciones.

Cuando leí el artículo de Mario Vargas Llosa recordé una conversación con Anthony Burgess donde hablamos de Galdós y el escritor de Manchester, entre whisky y tortilla de patatas, me dijo que Galdós fue un aficionado a la música muy notable, admirador de Wagner y que en la tetralogía de Torquemada había querido establecer una correspondencia entre los tempos de la Heroica de Beethoven y la novela.

Por cosas así, por esa libertad y falta de cortedad de gentes así, debo a Burgess y otros el poder respirar con la ventana abierta en un mundillo que atufa a lugar común.

A cada cual lo suyo.

 

Mario Vargas Llosa. Dibujo de Tullio Pericoli. (2000)