(A propósito de la anterior entrada sobre Ramón Gómez de la Serna y su tertulia literaria en el desaparecido café madrileño de Pombo, https://wp.me/p9fWSA-2HE el autor de la misma, Eduardo Alaminos, nos explica su intención)
Mario Vargas Llosa en el prólogo al libro de Steiner, La idea de Europa, ha señalado que para este profesor de literatura y crítico “Europa es ante todo un café repleto de gentes y palabras, donde se escribe poesía, conspira, filosofa y practica la civilizada tertulia, ese café que de Madrid a Viena, de San Petersburgo a París, de Berlín a Roma y de Praga a Lisboa es inseparable de las grandes empresas culturales, artísticas y políticas de Occidente, en cuyas mesas de madera y paredes tiznadas de humo nacieron todos los grandes sistemas filosóficos, los experimentos formales, las revoluciones ideológicas y estéticas”.
El historiador Edwin Williamson en su biografía sobre Jorge Luis Borges afirma con contundencia que “la vida literaria en Madrid -1919- giraba como siempre alrededor de esa institución peculiar española, la tertulia”, que define de manera clara y sencilla como “una reunión informal de amigos que se reúnen con regularidad en un café a conversar sobre temas de interés común”.
Antoni Martí Monterde en su denso ensayo Poética del Café. Un espacio de la modernidad literaria europea ha trazado los orígenes y la evolución de los cafés en cuanto síntoma de la modernidad: como espacio de la nueva sociabilidad y espacio privilegiado de trabajo de las gentes de letras, epicentro de noticias, su paulatina transformación en tertulia en cuanto modelo de conversación basado no tanto en “hacerse entender como en hacerse admirar” o lugar de mediación, donde “la lectura y la escritura, el periodismo y la conversación se cruzan de manera incesante”.
Cuando Borges llegó en 1919 a Madrid por primera vez había en nuestra ciudad muchas e importantes tertulias, pero de entre todas ellas descollaba por su singularidad la que Ramón Gómez de la Serna había fundado en 1915 y lideraba en la antigua botillería y café de Pombo de la calle de Carretas, junto a la Puerta del Sol. Se ha dicho que la vida literaria de los cafés ocupa cientos de páginas en los escritores del primer tercio del siglo XX en España, pero ningún escritor consagró tantas páginas a su tertulia como Ramón, quien, en 1918, publicó su primer libro sobre ella, Pomboy, años después, en 1924, el segundo, La Sagrada Cripta de Pombo.Ambos libros, varias proclamas, numerosos artículos en la prensa periódica y evocaciones en sus memorias, Automoribundia (1888-1948) (1948) y Nuevas páginas de mi vida (Lo que no dije en mi Automoribundia) (1957) conforman una amplísima crónica, un fresco muy vivo, de las razones y los usos de esta singular creación del escritor.
Aproximarnos a esos dos libros sobre la tertulia, seleccionado algunos aspectos que nos parecen fundamentales -los espejos, el mobiliario, la arquitectura, las semblanzas de escritores y artistas, los banquetes, la primera Proclama, los entretenimientos y dibujos colectivos, los dibujos de Romero-Calvet para la cubierta y contracubierta del primero, el prodigioso retrato colectivo de la tertulia de José Gutiérrez-Solana, el mejor documento que la evoca-, ha sido el objeto de este texto que ahora publicamos con el título Ramón Gómez de la Serna: “Ese soy yo, el que va a Pombo” o “El aire de otro tiempo”.
A los fragmentos seleccionados de ambos libros, hemos añadido lo que podríamos calificar como lamemoria sobre Pombo, estructurada en varios apartados; primero, los recuerdos y comentarios de los escritores coetáneos de Ramón (José Moreno Villa, Alfonso Reyes, Antonio de Hoyos y Vinent, Edgar Neville, Rafael Cansinos-Asséns, Josep Mª de Sagarra, Alberto Guillén, Eugenio Montes, Jorge Luis Borges, Ortega y Gasset, Fernando Vela, Miguel Pérez Ferrero, Tomás Borrás, César González-Ruano, Francisco Ayala, Rafael Alberti, Ernesto Giménez Caballero); segundo, las consideraciones de algunos contemporáneos suyos (Gaspar Gómez de la Serna, Luis Granjel, Fernando Ponce, Julio Gómez de la Serna, José Camón Aznar, Mariano Tudela, Rafael Flórez); y, tercero, los juicios –más recientes- de varios estudiosos de la obra de Ramón (Francisco Umbral, David Vela Cervera, Andrés Trapiello, Ioana Zlotescu, Juan Manuel Bonet, Fernando Rodríguez Lafuente, Antoni Martí Monterde, José Antonio Sarmiento, Antonio Bonet Correa, José-Carlos Mainer, Pura Fernández, Publio López Mondéjar, Fernando Castillo, Manuel Alberca, Rocío Oviedo Pérez de Tudela, Francisca Noguerol).
Completa ese panorama dedicado a Pombo, no podría ser de otra forma, la memoria del propio Ramón, a través de una selección artículos escritos por él en publicaciones periódicas como La Tribuna, La Semana, La Gaceta Literaria o Estampa y, por supuesto lo que evocó en sus dos libros de memorias,Automoribundia (1888-1948) (1948) y Nuevas páginas de mi vida (Lo que no dije en mi Automoribundia) (1957).
La finalidad de este texto sobre Pombo no ha sido otra que realizar un breve viaje por su miscelánea, inagotable y sorprendente intrahistoria, cuando se han cumplido cien años de la publicación del primer libro sobre la tertulia, Pombo. Con respecto a esta, Ramón, identificado plenamente con ella, se definió así mismo como “Ese soy yo, el que va Pombo” una de sus creaciones más singulares de su extensa y vanguardista obra, sobre la que no dejó de reflexionar a lo largo de su vida desde el mismo instante de su creación:
Pombo es una cripta venerable y llena de recogimiento, la cripta profana y civil, así como la cripta de la Almudena es la cripta religiosa… Así en Pombo vemos todo lo anacrónico en su digna, vaga y confusa zarabanda, de modo que crisparía a cualquier erudito…Sobre esa mesa de mármol no solo nos apoyamos, sino que nos sostenemos; es como nuestro plano ideal… sobre ella dibujamos recuerdos gráficos y sobre ella yo, indignado por las cifras que quedan escritas en ella, esas sumas y esas multiplicaciones que oscilan sobre los mármoles y que dejan apuntadas los judíos, escribo una cosa que yo llamo ‘arabescos’ y que son el antídoto de esas cifras… A las diez de la noche… el café tiene un momento entonces de vida inusitada… Después en la calle, miramos por los visillos el interior del café, con un último anhelo, como si nos quedásemos dentro, como yendo a vernos sentados y secretos”.
(Ramón Gómez de la Serna, “La Sagrada Cripta de Pombo”, Gil Blas, 1915)