“Stat rosa pristina nomine, nominata nude tenemus”, es la frase del monje benedictino Bernardo Cluniacense del que Umberto Eco sacó el título de su best-seller El nombre de la rosa. “De la rosa primigenia existe solo el nombre, solo tenemos nombres desnudos”. Sin embargo, incluso si la esencia de esta flor sigue siendo esquiva, los jardineros no dejan de cultivarla, los amantes de regalarla y los intelectuales de definirla.
“La rosa,/ la inmarcesible rosa que no canto” en realidad cantó Jorge Luis Borges. “La rosa que resurge de la tenue/ ceniza por el arte de la alquimia,/ la rosa de los persas y de Ariosto,/ la que siempre está sola,/ la que siempre es la rosa de las rosas,/ la joven flor platónica”. “Rosa fresca aulentissima – ch’apari in ver la state,/ le donne ti disiano – pulzell’ e maritate”, comienza un poema de Cielo d’Alcamo que está en los albores de la literatura italiana. “Rosa fresca fragantisima – que apareces hacia el verano,/ las mujeres te desean – las solteras como las casadas”. «Esta corona de quien se ríe, esta corona tejida con rosas: a ustedes, hermanos, les eché esta corona», proclamó Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra.
Sobre las rutas misteriosas que se pueden vincular a la rosa ya en 2011, Claudia Gualdana había escrito Eva e la Rosa. Storie di donne e regine di fiori, “Eva y la rosa. Historias de mujeres y reinas de flores” (en italiano “Regina di fiori” corresponde al español “Reina de tréboles”) (https://www.amazon.it/rosa-Storie-donne-regine-fiori/dp/8884272238). El retrato de diez mujeres protagonistas de la historia a las que se dedicó una rosa o que se dedicaron a la botánica. Ocho años después, vuelve a la refriega con esta Rosa. Storia culturale di un fiore. Un libro que intenta justamente rastrear la historia cultural de esta flor (https://twitter.com/CGualdana/status/1176601753036439554).

Claudia Gualdana
El punto lógico de llegada son los éxitos de taquilla de la película. El nombre de la rosa, de hecho, pero también La rosa tatuada, que Tennesse Williams escribió a medida para Anna Magnani, haciéndola ganar un Oscar. O la surrealista La rosa púrpura de El Cairo, en la que Woody Allen muestra a una asustada Mia Farrow que, víctima de un marido abusador, intenta olvidar su infelicidad revisando a ultranza una vieja película, hasta que un arqueólogo abandona la pantalla para seducirla: y para ella, deja de buscar la rosa púrpura de El Cairo que “un faraón había pintado para su reina y la leyenda dice que todo es una flor de rosas en su tumba”.
Pero es precisamente desde los egipcios que comienza el viaje, en los albores de esa era pagana en la que la rosa es un símbolo de amor y muerte, entre pétalos de rosa Cleopatra seduce a sus hombres y Heliogábalo se lanza a su desenfreno, y con alimentos y vinos sazonados a la rosa se dan festines. La isla de Rodas también de la rosa toma su nombre. Precisamente por esta razón, el primer cristianismo intenta condenar la rosa al olvido. Pero después de que el Imperio y la Iglesia con Constantino se reconcilian, también se recupera la rosa. Símbolo del sacrificio de los mártires, está tallada en las fachadas de las catedrales, símbolo al mismo tiempo de la Pasión de Cristo y de la virginidad de María. Precisamente en honor a la Virgen, el catolicismo adopta la letanía definida rosario: “Rosa mystica, / Turris Davidica, / Turris eburnea, / Domus aurea, / Foederis Arca”. Pero incluso Martin Lutero para impugnar el “papismo” adopta como emblema una rosa: que encierra un corazón, y que a su vez está marcado por una cruz.
La rosa en la literatura de origen trovador es un símbolo de eros, con un vértice como el de Roman de la Rose en el que el soñador de veinte años, que conquista la flor, es una alegoría del amor y la vida. Algunos creen que la simple transposición de esta investigación de lo profano a lo místico explica la Divina Comedia de Dante. Sin embargo, incluso a Dante se le aparece una rosa cuando, en el XXXI canto del Paraíso desde el bosque oscuro hasta el jardín eterno del Empíreo, está a punto de llegar a su fin: “In forma dunque di candida rosa/ mi si mostrava la milizia santa/ che nel suo sangue Cristo fece sposa;/ ma l’altra, che volando vede e canta/ la gloria di colui che la ’nnamora”. “En forma entonces de cándida rosa/ me mostraron la milicia santa / quien en su sangre hizo Cristo tomó esposa ; / pero la otra, que al volar ve y canta / la gloria del que la enamora”.
San Francisco, como ya lo había hecho San Benito, se arrojó a un rosal para aplacar las tentaciones de la carne con espinas, pero Dios bendijo el rosal y las espinas cayeron. «Lo creas o no milagros», recuerda Claudia Gualdana, «las flores están ahí para testificar al menos a un botánico: las espinas han desaparecido siglos antes de que los criadores comenzaran a mutar genéticamente las rosas, para transformarlas en las que conocemos hoy, para otras cosas sin poder eliminar por completo las puntas afiladas de los tallos. Para los frailes, las espinas son la ‘Hermana de la muerte’, el último jardín de rosas que separa al hombre de Dios, al que solo se puede acceder al pasar”.
Pero luego están las dos rosas blancas y rojas que dan nombre a la sangrienta guerra dinástica por el trono de Inglaterra. Y la «boda alquímica» con la que Christian Rosenkreutz comienza la Rosacruz. Y muchas otras historias, especialmente la rosa como símbolo poético al que el libro dedica una antología.
https://www.mariettieditore.it/9788821113055-rosa
Claudia Gualdana, enseñante y ensayista, ha editado El catecismo budista de Subhadra Bhikshu (Bompiani, 2004), publicado Eva e la rosa. Storie di donne e regine di fiori (Vallecchi, 2011) y escrito el ensayo «La strumentalizzazione mediatica in Italia dei Quaderni neri», publicado en el libro de F.W. von Herrmann y F. Alfieri Martin Heidegger. La verità sui quaderni neri (Morcelliana, 2016).