Hay un tipo de fotografía que está desapareciendo  y que, particularmente, es mi favorita, pues mi cultura visual se formó con las grandes revistas gráficas que dominaron los años sesenta y setenta del siglo pasado, como «Life». En resumen: una foto que tenía mucho de documental, de implicación personal por parte del fotógrafo en lo que contaba, como un relato, que le convertía en protagonista junto a los retratados y que también implicaba una mirada política o social sobre los temas que trataba.

Danny Lyon ha pasado 50 años viajando de un lado a otro con la teoría de que el fotoperiodismo documental es algo diferente a la “simple” cobertura de noticias. Desde el principio, vi la fotografía como una herramienta política poderosa, dice, y su obra, desde las primeras imágenes de la lucha por los derechos civiles a principios y mediados de los años 60 hasta las protestas callejeras de 2011, es testigo de ello.

Lyon, que nació en 1942 en Brooklyn (Nueva York) en el seno de una familia de inmigrantes alemanes, tuvo una juventud rebelde, quizá como reacción a la educación de clase media que recibió. Fue criado en Kew Gardens en Queens (Nueva York), donde su padre ejercía como médico. En aquel momento recibió de la vida uno de esos regalos inesperados que conforman el futuro inmediato: uno de los pacientes de su padre fue el gran fotógrafo Alfred Stieglitz y Lyon interpretó aquello como una señal, una especie de presagio mágico en su futuro.

Luego tuvo el devenir de todo adolescente de los años 60 en Brooklyn (pandillas, basket, rock & roll, tupé), pero se compró una cámara después de ver una exposición de un clásico del fotoperiodismo norteamericano, Walker Evans, y el periodista (ganador del Pulitzer en 1958) James Agee. Llegó a decir que la escritura de este último tuvo un efecto más profundo en su espíritu que las fotografías de Evans y, sobre todo, le hizo persistir en la fotografía y el cine documental, disciplinas que, en su opinión, jamás pueden estar pasadas de moda.

Una de sus primeras misiones fotográficas fue en Knoxville (Tennessee), la ciudad natal de Agee. Luego le siguieron reportajes en 1965 sobre la lucha por los derechos civiles en el sur, con una cámara réflex Exa, que había comprado en un viaje con su familia de vuelta a la Alemania Oriental a finales de 1950.

Con poco más de 20 años hizo autostop por el sur de Estados Unidos y se unió al Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC) contra la secregación racial. Una semana más tarde estaba en la cárcel en Albany, Georgia, en una celda junto a Martin Luther King. Yo era un fotógrafo autodidacta y aficionado, pero el SNCC le convirtió en periodista, recuerda y agrega: De repente yo estaba en el centro de la historia más grande de la década, la lucha de los derechos civiles.

Luego cambió de vida y se sumó a un grupo de motoristas de Chicago, al estilo de Los Ángeles del Infierno, con sus tatuajes, cruces gamadas y pantalones de cuero y mucha cerveza, porque defendía que para hacer fotos de verdad había que vivir las historias desde dentro y no desde fuera. Por eso se compró una motocicleta Triumph TR6 y se unió a los Forajidos de Chicago.

La publicación del libro The Bikeriders en 1968 -un libro políticamente incorrecto pero vanguardista en sus fotografías y conversaciones editadas con los miembros de esta pandilla- sucedió a la película de culto “The Wild One”, protagonizada en 1953 por Marlon Brando, y anticipó el filme hippie ambientado igualmente en el mundo de las dos ruedas “Easy Rider” (1969). Aquel volumen, que era una odisea visual sobre el romance del viaje con el cuero sucio y cromo pulido, le sirvió para ser incluido en el género del “Nuevo Periodismo”. Lyon vivía en carne propia lo que fotografiaba y eso le valió la amistad del periodista y escritor Hunter S. Thomson.

Después pasó un año fotografiando el interior del sistema penitenciario de Texas con la intención de destruir ese sistema, según dijo. Al hacerlo, se hizo amigo de varios internos, entre ellos James Ray Renton, que había sido condenado por el asesinato de un oficial de policía de Texas. En aquel momento la población carcelaria de Texas era de 12.000 personas. Tiempo después, al advertir del aumento a unas 200.000, declaró con pesar: «Mi libro no funcionó de la manera que quería».

Lyon testificó en nombre de Renton como testigo en su juicio por asesinato en 1979 y, casi 30 años más tarde, en su libro de memorias cuenta lo que pasó en la noche del delito. Lyon idealiza un poco a este tipo de personas, pues aunque sabe que son delincuentes considera que no tuvieron muchas oportunidades en la vida.

También registró con su cámara la demolición de  las calles del Bajo Manhattan, barrio que conocía bien y creó en un libro uno de los más destacados ensayos fotográficos del siglo pasado dedicados a lo urbano. En total son 24 hectáreas de edificios que fueron la historia de Nueva York y donde se levantó el World Trade Center, de vida aún más efímera y trágica que el antiguo barrio, y que hasta el pasado enero se pudo ver en una exposición en Madrid, en el ICO, y comisariada por el mismo Lyon.

Los fotógrafos envejecen también y, ahora, a sus casi ochenta años, vive en el desierto de Nuevo México. Su penúltimo libro es El séptimo perro (en referencia a un collie comprado hace poco), en el que mezcla instantáneas personales y collages con imágenes únicas de su carrera documental con un estilo propio y reconocible. Esta vez ha elegido, para secuenciar el libro, una cronología inversa, comenzando con su último trabajo y regresando a los años 60.

Lyon se ha suavizado un poco desde entonces, pero sigue siendo un rebelde. Ha avanzado con los tiempos, ha realizado documentales, entre ellos uno en el movimiento Occupyy tiene un fascinante blog, http://bleakbeauty.com, que sugiere que sigue siendo un activista de clase, aunque sea solitario.

«Aún puedo tomar fotografías, hago películas y vendo alfalfa. Vivo en el desierto y pesco peces en el Río Grande, que está a media hora de mi casa», dice. La pesca le permite pensar y reflexionar, pero lo que opina es que el río cada vez tiene menos agua y está más sucio, lo que le enoja.

Pero regresando al inicio en una conferencia que dio en la Universidad de Stanford en 2009, titulada «El Fin de la era de la fotografía» se pregunta si estamos viviendo los últimos tiempos de la fotografía, o por lo menos del tipo de fotógrafo socialmente comprometido. Danny Lyon tiene claro que la era digital ha extendido la fotografía como un tumor maligno, una especie de contaminación visual. La tecnología digital es increíblemente destructiva y ha borrado los procesos de la fotografía, el cine, los cuartos oscuros, el papel, las tiendas de cámaras y todos los trabajos que esos procesos proporcionaron.

Él dice que es un fotógrafo que hace grabados a mano, como muestra el tiempo invertido en recopilar el material necesario para que sus libros sean hermosos. Estas cosas son pruebas de la vida creativa que ha desarrollado y lo hace con sus manos, como un artesano, porque así siente que sostienen el peso de una vida vivida desafiante fuera de sintonía con las convenciones

 

 

Danny Lyon

 

https://bleakbeauty.com/books/

 

 

 

https://youtu.be/K4mB1QDybeI

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