Aunque el discurso de boda con que arranca la novela de Álvaro Garcia -un discurso que se dilata luego abarcando la vida del nuevo matrimonio formado por Evan y Katia- parece un discurso convencional, de esos que permiten ver las cosas como no son, en absoluto lo es. Su exaltación del amor, la fidelidad, las decisiones vitalicias, no pretende ocultar las espinas de la existencia bajo el merengue de la tarta nupcial, sino que, al contrario de lo que suele ocurrir normalmente, suscita la sospecha de que, al menos en este caso, es posible que todo sean palabras, solo palabras.
No es una sospecha infundada. El orador, que es también narrador y hermano de Evan, sabe que este ha vivido siempre contra las mentiras establecidas y que el amor, particularmente el que surge entre dos personas oriundas de mundos diferentes (clases sociales diferentes, orígenes raciales y culturales diferentes, infancias diferentes), acaba viéndoselas con las convicciones y convenciones de la sociedad, hoy distintas, pero igual de opresivas que en la época de las monsergas clericales o los prejuicios burgueses.
Resulta así que lo que empezó pareciendo un discurso edificante se va convirtiendo poco a poco en una burla de los discursos edificantes. ¿Durante cuánto tiempo podemos mantener la fe en nuestras idealizaciones? Una anécdota que Evan relata al final del libro ilumina simbólicamente sus dificultades personales. Sucedió en un parque de atracciones, cuando era joven. Él y la chica que lo acompañaba recorrían en barca Wonderland, el país de las maravillas, un idílico escenario de cartón piedra. De pronto la barca encalló y para salir no les quedó otro remedio que cruzar por detrás del decorado, entre cables y chatarrería. Fue una experiencia deprimente: habían descubierto la tramoya del paraíso.
De eso va Discurso de boda, de la tramoya del paraíso, es decir, de lo que hay detrás de nuestras idealizaciones; un asunto peligroso, pues quien se ocupa de él corre el riesgo de irritar a los moralistas, hoy tan perseverantes. Estos prefieren las cosas como deben ser antes que la cosas como son. Afortunadamente estamos hablando de una novela y las novelas tienen sus derechos. Nada que ver con la cruda realidad. En el mundo real probablemente no se toleraría el sarcasmo transgresor de alguien como Evan, un tipo que presume de no tener nada que enseñar a los demás ni de sentir nunca el menor deseo de agradar a nadie. ¿Será esta la razón por la que se gana la vida trabajando de humorista?
Amor y humor, idealización y transgresión, son los ejes sobre los que gira Discurso de boda. Curiosamente son también los fundamentos de nuestra cultura en crisis. Gracias al amor aprendimos a salir del yo y ver al otro como otro. Gracias al humor aprendimos a evitar que el yo se convirtiera en algo rígido, una de esas identidades sin resquicios en la que tan cómodos se sienten los fanáticos de todo género. Uno y otro, amor y humor, están hoy bajo sospecha. La sociedad contemporánea no sabe que ellos palian «la desconexión desastrosa del mundo”, eso que hace que coexistan la verdad social y, por usar de nuevo las palabras de Evan, el «descreimiento desolado de por vida». Es una ignorancia que puede costar cara y sobre la que nos conviene reflexionar con lucidez, como aquí se hace.
Pero de todo ello sabrá el lector cuando lea la obra. Yo me he limitado a mostrar su tramoya, la espalda llena de cables. Deslizándose por sus páginas es una historia amena e inteligente, de una clarividencia fuera de lo común, a la que acompaña un lenguaje de precisión capaz de describir y pensar a la vez. Álvaro García demuestra en esta novela, segunda que publica (la primera, El tenista argentino, ganó el premio Barbastro de 2018), que es capaz de combinar profundidad y amenidad, algo al alcance de muy pocos escritores.
Álvaro García (Málaga, 1965) es autor de la novela ‘El tenista argentino’ (ganadora del Premio de Novela Corta Ciudad de Barbastro 2018), y ‘Discurso de boda‘ (Libros Canto y Cuento), entre otros libros.