Historiadora cultural especializada en la música del siglo XX, violinista, actualmente es Jefe de Gabinete de la Dirección Interministerial de la Transformación Pública en el gobierno francés, Audrey Roncigli (Francia,1984) publicó en 2009 un libro que es pionero en el sentido que atiende, dentro del ámbito de la historia cultural, a la música, donde aún se mantiene un cierto prestigio por el documento escrito y visual en detrimento del sonoro. Desde luego el tema elegido es idóneo y trata por primera vez en todos sus aspectos el llamado “ caso Furwängler”, es decir, lo que se esconde tras el acoso a que estuvo sometido el director alemán por parte de los Aliados, incoándole un expediente de desnazificación cuando nunca perteneció al NSDAP, lo que sí ocurrió con el joven Herbert von Karajan y, desde luego, se implicó mucho menos que Clemens Krauss, Richard Strauss o Karl Böhm respecto a la política cultural del Reich, que en sus primeros tiempos conoció la lucha sorda entre Goebbels y Göring por hacerse con las riendas de la política musical, que el Régimen consideraba esencial respecto a las demás artes por varios motivos  que iban desde suponer que la Música era materia casi exclusiva del genio alemán hasta promocionarla como la embajadora de la Kultur en el extranjero por mor de que “su mensaje” era neutro y por tanto más acomodada para representar  a la nueva nación alemana.

Aunque juegan muchos factores en el caso que nos ocupa, y Roncigli no olvida las rencillas entre norteamericanos y rusos, éstos querían llevar a Furtwängler a su terreno por el enorme prestigio que supondría que el director colaborara en la política cultural de la República Democrática Alemana, mientras que franceses e ingleses se mostraban indiferentes, fue esencial para que el ”caso Furtwängler” no quedara definitivamente olvidado, las consecuencias llegan hasta nuestros días donde se anunció un homenaje a Furtwängler en Francia con participación de la UNESCO en 2004 y a última hora se desconvocó sin que aún hoy se sepa a ciencia cierta la razón.

Tal persistencia, y todo ello a pesar de que Furtwängler tuvo sus más y sus menos con los dirigentes nazis, aludió enfermedades cuando tenía que tocar en los cumpleaños del Führer, nunca saludó con el Heil Hitler y se negó siempre a dirigir el  Horst Wessel Lied, y  es calificado por Stéphane Topakian en una entrevista concedida en 2004 como “un caso único en la historia”. Topakian subraya en la misma que “es tanto más injusto cuanto que nunca se le han pedido cuentas a los señores Karajan, Böhm o Knappertsbusch” y Roncigli añade: “A modo de anécdota, señalar que Herbert von Karajan, que en dos ocasiones se afilió al Partido Nazi, recibió el encargo de la Comisión Europea de hacer los arreglos y grabar la versión oficial del himno europeo”.

 

Hitler saluda Furtwängler después de un concierto

 

En el libro se demuestra claramente, al modo tradicional de los historiadores, es decir, mediante documentos, la posición ambigua en que quedó Furtwängler en los doce años que duró el Reich, tanto en los dirigentes nazis que lo utilizaron políticamente porque en aquellos años Furtwängler y Toscanini eran los directores más afamados, como en el imaginario de los aliados vencedores que probablemente no le perdonaron justamente eso, que admitiera su manipulación política, fue nombrado “Staatrat”   en aras de una defensa de la cultura alemana desde dentro para preservarla de la contaminación nazi. Y por ingenua que nos parezca esta actitud, vista con los ojos actuales, porque nos han enseñado que Alemania no sufrió una dictadura totalitaria como pocas de modo resignado debido a los métodos expeditivos con que los dirigentes cortaban cualquier atisbo de rebeldía, lo cierto es que esa actitud de culpabilizar a todo un pueblo fue siempre motivo de escándalo para Furwängler, que en sus Diarios escribe: “Sé que muchos tuvieron que afiliarse al Partido para poder existir. Sé de lo que era capaz ese sistema de violencia y terror Y sé cuán lejos estaba en realidad el pueblo alemán de ese fenómeno horrible, que salió de sus propias entrañas. De no ser así no me hubiera quedado en Alemania. El hecho de haberme quedado es la mejor prueba de que existe otra Alemania”.

Pero, con todo, lo que hace único y precioso este libro no es la enorme habilidad y rigor que demuestra con los documentos hasta ahora utilizados por los historiadores culturales, antes bien la novedad que supone es que para demostrar la resistencia de Furwängler a la política cultural nazi, se realiza un análisis de las diferencias de tono, tempo, intensidad de sonido entre las grabaciones de los años del nazismo y las posteriores, del Adagio de la Séptima Sinfonía de Bruckner y la Obertura de Coriolano y se llega a la conclusión de que en una misma pieza, dependiendo dela fecha de grabación, por ejemplo, 1942 o 1951, si la primera expresaba tristeza, la segunda movía a serenidad… y si muchos dudan de este método, teniéndolo por meramente subjetivo, Ronciglo concluye: “Más allá de la subjetividad que rige la escucha musical, nuestra voluntad de elaborar interpretaciones políticas de las  grabaciones de guerra se basa en variables científicamente medibles: las variaciones de tempo, de matices, la flexibilidad, la medida de los acentos, la potencia de sonido… Por lo tanto, en este sentido, nuestro enfoque tiene plena cabida en el marco de la investigación histórica”.

Desde luego que sí… no es poca la novedad.

 

 

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