Cuesta imaginar a la Sagrada Familia como el templo de los pobres en la Barcelona de hoy día, en la que más bien parece el templo de los turistas. Pero el escritor Alfred Bosch nos recuerda en esta novela histórica que en la basílica proyectada por el arquitecto Antoni Gaudí, los obreros que trabajaron en su construcción a comienzos del siglo XX vivían en los callejones de las casuchas y barracas que rodeaban el solar, conocido como el barrio del Poblet.  

Para escribir una novela histórica hay que conocer bien el escenario real de lo que se cuenta. Alfred Bosch es un escritor e historiador barcelonés que durante diez años se dedicó a la política desde las filas de Esquerra Republicana de Catalunya.  Fue diputado en Madrid por su partido, concejal del ayuntamiento de Barcelona, candidato a la alcaldía y, por último, consejero de Exteriores del gobierno catalán, cargo del que dimitió en 2020. Tras dejar la política, volvió a lo que siempre hizo: escribir libros. Detrás tiene publicados numerosos títulos y algunos premios como el Sant Jordi con L’altles furtiu (1998).

Bosch conoce bien el terreno que pisa y se nota. Ha escrito una novela entretenida, que se lee bien, y en la que nos cuenta la historia de la construcción de la Sagrada Familia vista desde la perspectiva de Jaume Ferris, y al que acompañamos desde los comienzos del siglo XX, cuando es un niño, hasta el medio siglo. Para completar el relato en primera persona de Jaume, se añade en cursiva testimonios de otros personajes.

A Jaume se le conoce por El Bordillo, es hijo de Marie, la Gabacha, una madre soltera y luchadora de origen francés. De padre ejerce Josep, apelado El Putativo, que lo quiere como si fuese hijo suyo. De algún modo, los tres forman otra sagrada familia (una particular Virgen María con un San José y Niño Jesús), y donde pese a las dificultades de la lucha por la vida, hay amor y esperanza.

Barcelona era entonces una ciudad en crecimiento y gente de toda España acudía en busca de un futuro mejor. Cuando se inaugura la escuela para los hijos de los obreros dentro del recinto de la basílica por decisión de Gaudí, Jaume entra en este centro de pedagogía moderna. En la escuela se forman dos bandos rivales, los Elipsones y los Parabolones, estos últimos más estudiosos y disciplinados, entre los que se encuentra Jaume.

 

Alfred Bosch

 

El templo se levanta poco a poco y las esculturas que lo adornan tienen como modelos a la gente del barrio, como el mismo Jaume, que recién nacido sirvió de ejemplo del niño Jesús de la Fachada del Nacimiento. Y es que las decisiones de Gaudí son respetadas y su aspecto humilde y piadoso, le gana los favores de los obreros aunque también tiene otro lado, testarudo y hombre de genio. Además de la figura de Gaudí, otros personajes “reales” intervienen en la novela como Picasso, Dalí o el bohemio Opisso.

Con la muerte de Gaudí, el centro de atención de la novela que hasta este momento tenía como decorado las peripecias y avatares de la construcción de la basílica, da una mayor importancia a los de Jaume y sus amigos, como su amada Lola. Son años que los acontecimientos históricos remueven el universo que viven.

Las amistades y enemistades, los amores y la vida familiar propia se irán solapando con la construcción del templo. Si años atrás, debido a su edad, Jaume y sus amigos fueron testigos de revueltas que afectan a la ciudad, como la Semana Trágica, con su trasfondo antirreligioso y quema de iglesias, o la gripe española, luego poco a poco unos y otros tomarán parte en los restantes (anarquismo, huelgas, la República, el estatuto de autonomía… hasta confluir en la Guerra Civil). Y al igual que en la escuela modernista de Gaudí ahora también se enfrentan desde bandos distintos, pero si antes era con piedras ahora es con balas.  

Jaume, Lola y los demás forman parte de una generación sufrida. Algunos mueren, pero la Sagrada Familia sobrevive y ni siquiera al comienzo de la Guerra Civil los anarquistas que van quemando iglesias consiguen destruirla.

La novela concluye con Jaume en los primeros años de la Barcelona triste de la posguerra cuando regresa de su encarcelamiento. Él, lo mismo que la basílica, ha subido alto pero ahora le toca detenerse. Sin embargo, ahí está la Sagrada Familia, una realidad que “te puede gustar más o menos, pero la tienes ahí delante, y te puede emocionar cómo te puede hacer saltar el corazón, o no, te puede decepcionar. Yo estoy enamorado de la Sagrada Familia, y las personas que la han hecho y la han acompañado”.

 

 

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