El Bosco. Tríptico del Jardín de las delicias. Museo Nacional del Prado

 

Según el escritor italiano Giovanni Papini (1881-1956) el amor de Dios acabaría perdonando al diablo y, en consecuencia, el infierno tendría su final, lo que chocaba de pleno con la doctrina católica sobre la condena eterna de Satanás. Por eso el Tribunal del Santo Oficio estudió si su libro El Diablo debía figurar en la lista de libros prohibidos por la Iglesia e incluso llegó a desaconsejar su venta en las librerías católicas de la diócesis de Roma.

A lo largo de su vida, Papini cambió de un ateísmo militante a un catolicismo polémico, tras pagar diversos peajes de la primera mitad del siglo XX como el anarquismo, las vanguardias, el fascismo… A los setenta y tres años de edad, Papini consiguió terminar su libro sobre el diablo (1954) pese a que su vista no le permitía leer ni escribir por lo que dictaba a sus familiares que también le leían libros y la correspondencia. Papini fue un lector voraz que leyó más de 24.000 libros.

Otro escritor que acabó ciego, Jorge Luis Borges, fue quien dijo que «si alguien en este siglo es equiparable al egipcio Proteo, ese alguien es Giovanni Papini, que alguna vez firmara Gian Falco, historiador de la literatura y poeta, pragmatista y romántico, ateo y después teólogo». El diablo hizo el número 60 de los volúmenes publicados por este escritor florentino de faz rugosa y alborotada cabellera.

Bajo el somero título de El Diablo, y el gracioso y modesto subtítulo de Apuntes para una futura diabología, Papini escribió una biografía del demonio muy poco rencorosa, ya que en su libro nos cuenta las verdaderas causas de la rebelión de Satanás, que no son las que generalmente se cree la gente. También trata sobre las relaciones entre Dios y el diablo (mucho más cordiales de lo que se suele pensar) y la posibilidad por parte de los hombres de hacer volver al diablo a su primitivo estado, liberándonos de la tentación del mal.

 

Giovanni Papini

 

Como el mismo Papini explicó en una entrevista al periódico Il Tempo, el 3 enero 1954, el Diablo está catalogado desde hace siglos como el Presidente de la República infernal y nada más. «Yo, en cambio, creo ver en él a un ser que sufre, que está vivo, que puede tener un fin diverso del que le asigna la teología tradicional», señaló el escritor. Si acaso, la novedad del libro estriba en considerar al diablo como un personaje dramático al que hay que mirar bien a la cara. Y justo por eso, Papini se preguntó: «¿Como puede Dios, que es Amor, condenar a una parte de sus hijos a la ceguera absoluta y la desesperación eterna?».

Y no sólo se reafirmó en su tesis de la salvación del diablo y la caducidad de las penas del infierno, sino que insistió en que «los teólogos dicen que el pecado es una ofensa a Dios, que es infinito. Por eso la ofensa es infinita y el castigo también debe serlo. Pero este es un razonamiento erróneo. Es triste y curioso ver en ciertos cristianos como el sadismo crece parejo a la misericordia. Recuerdo un cuadro español del seiscientos en el cual las almas que gozan del Paraíso celestial miran impávidas a los condenados que están abajo en el infierno mientras se agitan y sufren entre las llamas. ¿No es éste un sadismo anticristiano?».

«El espíritu del cristianismo -sentenció Papini mas adelante- me da la razón a mi, pero la letra, así interpretada, les da la razón a ellos. Pero un interpretación puede ser enmendada. Si ellos aceptan la tesis de lo eterno mientras dura el tiempo, entonces todo está resuelto y la esperanza sublime puede quedar intacta. No obstante mi teoría no está de acuerdo con la interpretación de la palabra «eterno», pero si con algo más importante: con lo que los cristianos piensan de Dios».

Desde un punto de vista exclusivamente literario, los capítulos más logrados son sin duda cuando Papini expone la vida del diablo como un personaje trágico y humano, y el gran dolor de Dios. «Lucifer -escribe- fue condenado a la pena más atroz: la de no poder amar. Dios está condenado a una pena casi igual de cruel: ama sin ser amado».

 

Papini, 1953. Su sobrina Ana le lee la correspondencia

 

 

https://cutt.ly/XzK7JLV