Un pequeño bosque
VAN GOGH (1)
9.
LA RAÍZ DEL ESPACIO
La naturaleza habla a Van Gogh de forma distinta que a los impresionistas. En una ocasión en que pinta unos estudios en un bosque, le sorprende una tormenta con una formidable lluvia. Se había entusiasmado tanto con lo que estaba pintando que permaneció en el sitio, buscando abrigo debajo de un árbol.
“No me arrepentí de haber esperado -escribe a su hermano- a causa del admirable tono que el suelo del bosque había adquirido después de la lluvia. Como había comenzado sobre mis rodillas -concluye-, antes de la tormenta, con un horizonte bajo, tuve que arrodillarme en el barro”.
“Esta mañana he trabajado -escribe a Theo- en un vergel de ciruelos en flor; de pronto ha comenzado a soplar un viento formidable, un efecto que yo no había visto jamás hasta aquí y que volvía por intervalos. De tiempo en tiempo, el sol hacía resplandecer las florecillas blancas. ¡Era realmente bello! Mi amigo el danés vino a buscarme, y corriendo a cada momento los riesgos y el peligro de ver por el suelo todo mi equipo que se estremecía, continué pintando…”.
La dependencia de Van Gogh con el taller impresionista es clara: trabaja directamente sobre el motivo y realiza el tema por lo general en una única sesión. Sin embargo, la relación del artista con la naturaleza es distinta. Ni el fuerte viento del Mediodía obligándole a atar el caballete a las estacas plantadas en el terreno, ni la tela temblando sin dejarle acabar a gusto los estudios o el trabajo a pleno sol en los trigales extenuándole, le arredran. Diríase que, por el contrario, le estimulan.
La pintura supone para él algo que va más allá que la captación sutil de un determinado efecto atmosférico o que la aplicación rigurosa de un método determinado previamente por el contenido asignado al taller. En la exaltación que le impulsa a seguir pintando, aún a riesgo de que los utensilios se le vuelen, hay un sentido que no había aparecido hasta entonces.
El taller de Van Gogh expresará el drama de ese nuevo sentido. Para los pintores impresionistas el contacto con la naturaleza representó, como hemos visto, una parte fundamental del contenido de sus talleres.
Con Van Gogh se renueva ese contacto. Los fragmentos anteriores son útiles para comprender la dirección que toma esa renovación. Ya no se trata únicamente de la relación o del intercambio entre la naturaleza y el artista, sino de expresar necesidades más urgentes.
En las citas anteriores algo nos indica que Van Gogh deseaba que su taller fuese tan sólido y fundamental como una raíz. Su taller representará la lucha y el conflicto del artista por alcanzar plenamente ese enraizamiento.
Para los impresionistas, la soledad fue hasta cierto punto cuestión metodológica. Para Degas, como hemos señalado, la soledad representó el escenario de su memoria artística. Para Cézanne fue un dispositivo que entrañaba por sí mismo una enseñanza: trabajaré en silencio hasta que sea capaz de defender teóricamente mis resultados, había dicho en una ocasión.
Para Van Gogh la soledad es, sin embargo, consecuencia directa del habla que la naturaleza ejerce sobre él. Su taller representará la intensidad con que se produce ese imaginario y simbólico diálogo. La trayectoria de ese diálogo y del taller que este conlleva es, por usar una imagen conocida, como una curva de temperaturas, cuya gráfica muestra el nuevo contenido asignado al taller.

Dos figuras en el interior del bosque (1890)