Llevamos ya demasiado tiempo asimilando que una pandemia puede pasar por discreta: así es la del silencio en el que ha permanecido durante siglos la genealogía femenina. Pero si algo bueno tiene un diagnóstico es que después de él puede iniciarse el tratamiento, y una de las recetas infalibles contra este mal es –a pesar del tópico– la cultura. Por eso, y por la toma de conciencia, cada vez son más las publicaciones que visibilizan la estirpe de mujeres precursoras en todos y cada uno de los ámbitos del conocimiento. Respondiendo a esta determinación se gestó el libro Mujeres de ciencia. Cincuenta intrépidas pioneras que cambiaron el mundo, de Rachel Ignotofsky. Publicado en 2016 en Estados Unidos, ha llegado a nuestro país gracias a las editoriales Nórdica Libros y Capitán Swing y a la traducción de Pedro Pacheco González. Y en su aún corta vida, la publicación ya ha recibido el reconocimiento al Mejor Libro de Ciencia 2016 por Science Friday. La conocida ilustradora estadounidense ha llevado a cabo en estas páginas una labor de rescate y reivindicación de cincuenta mujeres que lograron reseñables avances en muy diferentes ámbitos científicos: astronomía, informática, matemáticas, física, química, neurociencia, bioquímica, farmacología, varias ingenierías, botánica, geología, oftalmología… y, en fin, un amplísimo espectro tradicionalmente reducido en sus referentes al dominio del género masculino.
Para la selección de las cincuenta científicas y tratando de abarcar todo el arco temporal de la historia, Rachel Ignotofsky señala que «quería incorporar una perspectiva histórica amplia, así que empecé en la antigua Roma –el Imperio bizantino– con Hipatia, llegando hasta el momento actual, con Maryam Mirzajani, que fue la primera mujer en ganar la Medalla Fields de Matemáticas en 2014. Y luego quería tratar áreas muy diferentes. Podría haber tenido cincuenta mujeres expertas en química, pero pensé que era importante contar, al menos, con una vulcanóloga, una bióloga marina, una astrofísica, etcétera, para mostrar todos los campos, incluso las ciencias sociales».
El resultado es un elenco muy significativo y variado de mujeres que lo arriesgaron todo en nombre de la ciencia, enfrentándose a los estereotipos con un objetivo fundamental: el desarrollo de sus carreras profesionales. Esto suponía, ya de entrada, ciertas complicaciones, como la restricción a las mujeres en el acceso a los estudios. Además, y en muchas casos, superado el primer obstáculo no contaban con facilidades para avanzar en sus investigaciones: financiación, espacio propio o incluso reconocimiento de sus logros. Un ejemplo muy ilustrativo es el de Marie Curie que, al no disponer de financiación para un laboratorio, se vio obligada a trabajar con peligrosos elementos radioactivos en un cobertizo. Aun así, estas mujeres siguieron adelante y aportaron grandes descubrimientos a la historia de la ciencia y la tecnología.
Siguiendo, como indicábamos, un orden cronológico, en Mujeres de ciencia aparecen nombres conocidos, como es el de Hipatia (astrónoma, matemática y filósofa, una de las primeras mujeres de quienes se tiene constancia que estudió y enseñó matemáticas), Ada Lovelace (matemática y escritora, primera persona en crear un programa de computador) o la ya mencionada Marie Curie (física y química, pionera en la investigación sobre la radioactividad y ganadora de dos premios Nobel). Pero también encontramos –y ese es el cometido del libro– nombres injustamente olviados: Hertha Ayrton (ingeniera, matemática e inventora que ideó un arco eléctrico mejorado e impulsó nuestra comprensión de la corriente eléctrica), Lillian Gilbreth (psicóloga e ingeniera industrial que fue la primera mujer en formar parte de la Sociedad Estadounidense de Ingenieros Mecánicos y pionera en ergonomía, estudios de tiempo y movimientos y en psicología organizacional), Vera Rubin (astrónoma que fue elegida miembro de la Academia Nacional de Ciencias en Estados Unidos y realizó observaciones novedosas sobre cómo rotan las galaxias) o Sylvia Earle (bióloga marina, exploradora y submarinista, parte del equipo de National Geographic que cuenta con el récord femenino de profundidad de buceo y lucha para crear un océano protegido deteniendo la polución y la sobeexplotación pesquera). Todo ello acompañado de estadísticas sobre la brecha de género y también una interesante conclusión final.
Gracias al íntegro trabajo de Rachel Ignotofsky y al acierto editorial de Nórdica y Capitán Swing podemos disponer ahora de este libro-objeto que aúna información y diseño: cada una de las cincuenta científicas cuenta en esta publicación con un divertido retrato sobre un fondo relacionado con su ámbito de estudio. Acompañando a este encontramos una de las frases más célebres de la científica y unas breves notas sobre su aportación a la ciencia. Además, la autora ofrece un detallado resumen de la biografía de cada pionera y de sus trabajos relacionados con la ciencia y los avances a los que contribuyeron.
Y aunque en un mundo en el que cada año se publica una ingente cantidad de títulos siempre es arriesgado decir de un libro que es necesario, en el caso de Mujeres de ciencia no hay lugar parar el error al afirmarlo. En palabras del editor, Diego Moreno, «es una obra que persigue el reconocimiento del trabajo de las científicas y que pretende animar a las jóvenes a seguir el camino de las intrépidas pioneras que cambiaron el mundo». Una bella manera de conjurar aquel silencio.
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