En 1995, con motivo de la restauración de la fachada del Hospicio de Madrid –a la sazón, Museo Municipal de Madrid, hoy Museo de Historia de Madrid– el Ayuntamiento editó el folleto Restauración de la Portada del Museo Municipal de Madrid, donde publiqué, siendo Jefe de Colecciones del Museo, el texto “El Real Hospicio del Ave María y San Fernando de Madrid” en el que me ocupaba, entre otros aspectos, de “La ´mala´ fama de la portada”, recogiendo distintas opiniones, primero, en contra de ella, a cargo de Antonio Ponz, Eugenio Llaguno Amirola, Ramón de Mesonero Romanos o Richard Ford, y, segundo, juicios más matizados o a favor, debidos a Elías Tormo, la Academia de San Fernando con sus informes y Ortega y Gasset[1].
Antonio Ponz (1725-1792) fue Secretario de la Academia de San Fernando y autor del celebérrimo libro Viage de España (1771-1701). “El juicio de Ponz, que acuñó el término de churrigueresco como sinónimo de mal gusto para referirse al estilo de la portada –escribí entonces– tuvo gran fortuna y fue la base de ulteriores juicios negativos –lamala fama– sobre nuestra portada.
Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882), escritor costumbrista y primer cronista “científico” de nuestra ciudad en su Manual de Madrid. Descripción de la Corte y de la Villa (1831) se refería a ella como “estrambótica portada, el non plus ultra de la extravagancia” y acusaba a su autor, el arquitecto Pedro de Ribera de “corruptor” y de “mal gusto”. Treinta años después, Mesonero volvería a repetir semejante valoración en su libro de referencia sobre nuestra ciudad, El Antiguo Madrid. Paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta Villa (1861) en el que subrayaba que el Hospicio se hacía notable por “la extravagante y famosísima portada con que plugo decorarle elcélebre arquitecto don Pedro Ribera, y que viene siendo desde entonces el tipo más señalado del estraño gusto que se apellidó churrigueresco”.
En 1845, el viajero inglés Richard Ford (1796-1858) –otro de los “curiosos impertinentes”, en terminología acuñada por Ian Roberston para referirse a los viajeros ingleses por España entre la llegada de Carlos III al trono en 1759 y 1855–, publicó su conocido Hand-Book for Travellers in Spain que recogía su viaje por nuestro país en los años de 1830 a 1833. En la parte dedicada Madrid se refería a la portada del Hospicio como “obra del hereje Pedro de Ribera” y “ejemplo favorito del pésimo gusto del período de Felipe V”.
También Pascual Madoz (1806-1870) en su celebérrimo Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar en el tomo dedicado a Madrid. Audiencia, Provincia, Intendencia, Vicaria, Partido y Villa(1848), en el capítulo dedicado a la Beneficencia Pública, se ocupa, entre otras instituciones, del Hospicio, “vasto edificio que ocupa este piadoso establecimiento, construido en el siglo XVIII, a cuya época pertenece la fachada principal, que corresponde a la calle de Fuencarral (…) construida por el corruptor D. Pedro Ribera, quien mostró en ella como en todas su mal gusto, siendo sin duda de las peores que de su género hay en Madrid; pues en esta, además de lo ridículo y caprichoso de su forma, se ve la extravagante idea de que la cubre un manto que figura de tela.”
Estas adversas opiniones, prototípicas del gusto neoclásico, empezarían a ser matizadas, cuando no contradichas, en el siglo XX, por autores como el historiador Elías Tormo, los propios informes de la Academia de Bellas Artes de San Fernando con motivo de salvar al edificio de su demolición o por José Ortega y Gasset.

F. Ginés. Dibujo de la fachada del hospicio con hospicianos saliendo en fila
A la portada se referirá el historiador Elías Tormo en tono muy diferente, elogioso, en 1927, en su libro Las iglesias de Madrid, cuando el edificio ya estaba inmerso en un proceso de revalorización, iniciado en 1919, para su conversión en museo y biblioteca, y había sido ya declarado monumento arquitectónico artístico evitando su demolición. Tormo consideraba que Ribera había creado «una muy notable fachada general, una siempre discutida, complicadísima y fantásticamente anticlásica portada».
Quizá purgando los negativos juicios de sus académicos del pasado, la Academia de San Fernando, contestaba a unoficio dirigido en 1915 por la Sociedad Central de Arquitectos, solicitando que se levantasen planos de la fachada por si en su día hubiese que reconstruirla y admitía que la fachada expresaba “nota de riqueza y grandiosidad (…), que su traza es atrevidísima y su efecto decorativo excelente, y aunque no debe nunca citarse como modelo de obra arquitectónica, no puede menos de concedérsele un grandioso efecto pictórico-decorativo y reputarse como una muestra extraordinaria de la fecunda imaginación de su autor».
También Ortega y Gasset se habría de referir elogiosamente a la portada del Hospicio con motivo de una conferencia celebrada en 1922 proponiendo que el edificio se reacondicionara como sede de un Museo Romántico. “Por ella, la fachada –escribía Ortega en Para un Museo Romántico (1922)– se asoma el alma denuestra villa, y hace al transeúnte una incesante gesticulación. Como nuestra gente popular es allí la arquitectura burlona, conceptuosa, e inquieta (…) en esa fachada trasparece el jocundo frenesí de un día de fiesta”. Palabras de Ortega sobre la portada que tienen algo de imagen greguerística. Quizá de haber sido pronunciadas antes –pienso– Ramón las habría podido subscribir, pero a la vista de lo que escribió, como vamos a ver a continuación, no fue así. Y ahora lo comprobaremos al citar el artículo que Ramón escribió en La Tribuna en 1919 sobre el Hospicio madrileño.
Pero antes de exponer el artículo de Ramón, nos vamos a referir a otro sobre el Hospicio y su portada, entre otros aspectos, de fecha anterior, firmado por José Bordiú, “Lo que nos cuentan y lo que vemos. Beneficencia provincial. El traslado del Hospicio…” publicado en ese mismo periódico el 8 de octubre de 1919[2]. Acompañado de una fotografía de la portada por Vidal, esta lleva el siguiente pie: “Portada del Hospicio, del más puro estilo barroco, que será instalada en uno de los patios del Nuevo Hospicio (Fot. Vidal)”. En realidad el artículo es una entrevista a Don Simón Núñez Maturana (cuyo retrato también ilustra el texto), presidente de la Diputación provincial sobre distintos aspectos de la Beneficencia en Madrid: la futura Inclusa, la reforma de la Casa de la Maternidad, la necesidad de un manicomio provincial y, por supuesto el estado del “El Viejo Hospicio” y su “Portada”.
Respecto de este, transcribo los siguientes párrafos:
“EL VIEJO HOSPICIO
–Ya habrá leído los escándalos que ha relatado la Prensa del Asilo de Vallehermoso– decimos.
–Sí, he leído algo; pero sobre mí no pesa responsabilidad alguna, porque aunque soy vocal de la Junta de Protección a la Infancia, hasta ahora no he recibido citación ninguna para concurrir a reuniones de dicha Junta.
–¿Cuándo se verificará el traslado del Hospicio a Aranjuez?, porque el edificio de la calle de Fuencarral está en un estado deplorabilísimo…
–Pienso hacerlo muy pronto. Y lo haré llevando sección por sección.
–¿Qué va a hacer del edificio ese?
–El Ayuntamiento quiere comprar el solar para hacer un gran mercado. Con lo que dé el Ayuntamiento, unos cinco o seis millones, se podrá comenzar el nuevo Hospicio.
–Pero lo de llevarse a los niños a Aranjuez ¿no es definitivo?
–No. Es solo provisional, mientras se construye el nuevo Hospicio.

Lacoste. Fachada del Hospicio Provincial 1906-1914
LA PORTADA
–¿Qué va a hacerse de la portada del Hospicio, porque es preciosa. Es un estilo barroco de lo más exquisito.
–¡Y tanto! Es de estilo, de lo mejor que hay en el mundo, y no es exageración. De la portada se encargará de quitarla y ponerla la Sociedad llamada “Amigos del Arte”, bajo la dirección de Mariano Benlliure.
–Dice ponerla, ¿dónde la va a colocar?
–Mi proyecto es que se coloque en un patio del nuevo Hospicio, donde se instalaría al mismo tiempo un museo[3].
–¿Y dónde va a construirse el nuevo Hospicio?
–En el cerro del Pimiento tiene la Diputación terrenos, pero numerosos diputados piensan que como dichos terrenos se compraron a bajo precio, que se revendan hoy, ya que han aumentado mucho de su valor. Por otra parte, esos terrenos son de escasa extensión para realizar la obra del Hospicio ideal, con granja agrícola, etcétera.
–¿Existe ya algún proyecto?
–Hay una Memoria, aprobada por la Comisión correspondiente. En este asunto han tomado mucho interés los diputados Sres. Soria, Pi Arsuaga y Merino.”
Me interesa destacar de este artículo varias cosas. Primero, que, en ese año de 1919, el edificio del Hospicio era en el sentir de algunas autoridades objetivo de demolición y, por tanto, su futura permanencia, empezaba a ser ya incierta, debido al mal estado y ruina en que se encontraba su fábrica, salvándose de ella, no obstante, cuando se le declara monumento artístico precisamente en ese mismo año. Segundo, que ya se empezaba a expresar con naturalidad la importancia artística de la portada en “un estilo barroco de lo más exquisito” como apostilla José Bordiú y, tercero, la referencia por el presidente de la Diputación provincial a la Sociedad de Amigos del Arte, institución que se encargarían de su desmontaje y salvación, y futuros promotores de transformar el antiguo y vetusto edificio en Museo municipal. Para la labor llevada a cabo por esta institución en este sentido puede consultarse mi libro, Actas del Patronato y de la Comisión ejecutiva del Museo Municipal (1921-1947) (Ayuntamiento de Madrid, Museo Municipal de Madrid, 1997). Como dato curioso mencionaré que Simón Núñez Maturana publicó en 1938 en Buenos Aires, el libro La tragedia española (Memorias incongruentes de un perseguido asilado (Ediciones, Lux con cubierta de Baldrich).
Dos meses y unos días después del artículo de Bordiú en La Tribuna, el 17 de diciembre de 1919[4], Ramón Gómez de la Serna publicó el suyo, “Variaciones. El Hospicio”, ilustrado con un dibujo firmado [F Ginés][5], en el que se representa parcialmente la portada del edificio y a un grupo de hospicianos saliendo en fila por la puerta. El dibujo, la verdad, es algo soso, dulcifica la fisonomía de los hospicianos a los que se ve algo contentos por la salida y para no entrar en el difícil elemento descriptivo de su barroca arquitectura el dibujante aprovecha las ramas del arbolado para ocultar parte de la fachada.
El artículo de Ramón comenzaba con estas demoledoras palabras:
“El Hospicio va a desaparecer, como se sabe. Dediquémosle una misa de funeral. Hagamos un nuevo resumen, y después digamos cómo tenía la color y el fondo.”
Como en tantos otros artículos suyos dedicados a Madrid, Ramón suele ofrecer algunos datos de carácter histórico, tomados, por lo general, de los eruditos madrileñistas, de los que, a veces, suele dar referencia y otras no, como en este caso:
“La primera Casa de Socorro u Hospicio de San Fernando, fue en principio particular, y estuvo, además en la de algún piso de clérigo, en una casa de la calle de Santa Isabel, aunque poco después, gracias a las limosnas que dio Felipe V y algunos particulares, se hizo algo importante y general, como lo demuestran esos cuadros de armas de todas las provincias que ostentan en su fachada. Se concluyó de erigir en 1779. En 1800 se unió a esta casa de beneficencia del Hospicio de San Fernando, y en 1805, por orden del Príncipe de la Paz, se recogieron en este local los mendigos que pululaban por Madrid.”
A continuación se refiere a la portada:
“La portada de este edificio es obra del corruptor D. Pedro de Ribera, y es algo pintoresco, aunque algunos críticos del pasado hayan encontrado extravagante el que figure en ella un manto que aparenta de tela. El San Fernando recibiendo las llaves de Sevilla, que se refugia en la hornacina, es obra de D. Juan de Ron.
Un poeta aludiendo a lo churrigueresco de esta fachada, dijo:
“¡Santo de tanto valor!
¿Qué hacéis en tal frontispicio?”
(Y contestó el Santo):
“Os aseguro en rigor,
Que a no estar en el Hospicio
No pudiera estar peor.”

Fachada del Hospicio. Hacia 1920
Tanto los orígenes de la institución como lo del manto que aparenta una tela, lo toma de Pascual Madoz[6]. El empleo del término “churrigueresco” tenía, desde antaño, una connotación negativa al referirse al estilo del barroco casticista. Continúa Ramón con una serie de valoraciones sobre el edificio y su historia interna –una especie de microhistoria expresiva– que expresa cierto pesimismo y pintan un cuadro tétrico, solanesco si cabe, sobre la institución y el edificio, a los que asocia con enfermedades como la ictericia, enfermedades de la piel, la lepra o la hepatitis. Con respecto a esta última puede valorarse como una greguería de sabor noventayochista, barojiana o solanesca (elija el lector) la de nombrar al edificio como “hígado hepático de la ciudad”:
“El Hospicio ha estado erigido en esa forma algunos siglos, y, después de su primer revoco, no ha sido revocado nunca jamás. Su amarillez, de una ictericia terrible, ha puesto una nota de tristeza en los días madrileños. Nos ha parecido siempre una de esas láminas de las enfermedades de la piel, que extiende el curandero en la plaza pública, como quien hace un solitario con cartas enormes y repugnantes. La peor de esas láminas era la que nos ha enviado siempre el Hospicio.
El reloj del Hospicio es un reloj amarillo también, y que hay muchos días en que está apagado. (Reloj con luz de petróleo.)
En el fondo de ese edificio tétrico, con algo de cárcel de niños; en sus grandes habitaciones de puertas torcidas y desvencijadas, de papeles arrancados, como quedan las carteleras en la noche; de zócalos astillados y sucios, y de pavimento de ladrillos apagados y fríos, parece que viven esas ruines injusticias que los paseantes, los celadores y los profesores de los colegios sórdidos tienen con los niños. Se los huele desde fuera, y se ve que son inmodificables.
Ese Hospicio leproso, con sus pobres músicos de “chotis” y “pasodobles”, con sus carpinterías de lisos muebles de pino, ha estado abrumado y enfermo siempre. Nadie ha pensado en elevarle, en exaltar la melancolía que anida en su interior, en transfigurar la desgracia, porque es lo que más se presta a las grandes transfiguraciones.
Ahora por fin parece que lo van a destruir y edificarlo en algún paraje lejano. Esa especie de hígado hepático de la ciudad va a ser extraído de su centro”.
No he citado, en vano, el nombre de José Gutiérrez Solana porque este en “La fiesta de San Antón” (incluido en Madrid callejero, 1923) escribió a propósito del Hospicio: “[es] una de las casas más grandes y más de pueblo que hay en Madrid y que merecía estar en un viejo pueblo de Castilla, como Medina del Campo, ya que aquí no se la quiere y estorba, con sus paredes cuarteadas, y sus ventanas de rejas que dan a cuartos destartalados y lóbregos.”.
Tampoco deberíamos olvidar el poema “El hospicio” del libro de Soledades (1899-1907) de Antonio Machado cuyos versos dicen así:
“Es el hospicio, el viejo hospicio provinciano,
el caserón ruinoso de ennegrecidas tejas
en donde los vencejos anidan en verano
y graznan en las noches de invierno las cornejas.
Con su frontón al Norte, entre los dos torreones
de antigua fortaleza, el sórdido edificio
de agrietados muros y sucios paredones,
es un rincón de sombra eterna. ¡El viejo hospicio!
[…]
a un ventanuco asoman, al declinar el día,
algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos,
En el texto de Ramón se aprecia su poderosa capacidad gráfica no solo al describir sino también al representar visualmente el estado comatoso del edificio, cuando establece la comparación de su imagen con las “láminas de enfermedades” (imagen que tiene ya algo de pre-surrealista) o la alusión comparativa a las “carteleras” arrancadas a jirones de las paredes, una parte del paisaje cotidiano de la ciudad que tanto le interesó[7] y símbolo a su vez, sin duda, de un cierto deterioro estético y de su cotidiana basura[8].

Portada del hospicio restaurada. 1935
Más abajo, Ramón alude a la portada, deslizando una nota barroca correspondiente a su estilo arquitectónico y escultórico al referirse, de manera anacrónica, a la figura quevedesca del rey, Fernando III el Santo (1201-1252), que la preside:
“La portada, que ha sido declarada monumento nacional, será trasladada y colocada tal como está sobre el futuro edificio. Ese Rey quevedesco de la hornacina, recibirá las llaves del Madrid –más que de Sevilla–, las verdaderas llaves de la ciudad, que seguirán guardando en su nuevo sitio ese maravilloso equilibrio por el que están de pie sobre el almohadón bandeja en que le son ofrecidas al Rey.”
Y vuelve de nuevo a esa mirada radiográfica que destaca, como si fuese un aguafuerte barojiano, los aspectos más lúgubres del edificio y de la institución que albergaba:
“¿Cómo se sentirán en el nuevo edificio los hijos de nadie y de todos? Sentirán destacarse más su destino mísero y descabezado sobre las paredes demasiado blancas. Este viejo Hospicio está saturado de su “caso”. Esos salones de recreo, con ventanas entelarañadas, de sótano, sucios, desiguales, carboneros, y ese jardín de acacias al que dan unas galerías, unas ventanas y unos departamentos aislados con los cristales rotos y la mirada verde, les protegía, les disimulaba. La misma calle de Beneficencia, lóbrega, intransitada, refugio de los carreros, que se alquilan[9], no les miraba ni les fisgaba casi.
Era hora que desapareciese ese edificio costroso, ulcerado, frente del que hay un jardín pelado, enano y calvorota metido detrás de una verja como balustre de cuna, de esas verjas de los antiguos jardinillos hechas como con unas largas horquillas de mujer.
Tan sombrío resultaba, tan feo y oprobioso cariz tenía, que hasta las habitaciones del director resultaban dañadas por el mal general, y era triste entrever desde la calle a alguien de la familia del director, pues se veía que no podía salir de la sombra de las negras habitaciones, todo el interior del edificio, como entre espesas sombras parecidas a ese humo de un incendio. ¡Nadie se puede asomar a los balcones en ese edificio! ¡No tenía abertura a la luz por más que se abriesen sus mamparas!
Hasta la iluminación de los días de fiesta oficial es una iluminación que entristece la calle.
Que solo quede en ese trecho de la calle de Fuencarral el Tribunal de Cuentas, edificio también cejijunto, de ojos entornados, lleno hasta los topes de papeles viejos, de cuentas inservibles que guarda desconfiado como instrumentos comprometedores para el día de mañana. ¡El Tribunal de Cuentas frente al Hospicio, en el mismo trecho, estrangulan ahí la calle.”

Interior del antiguo hospicio, hacia 1920
No debemos olvidar que Ramón vivió de adolescente, entre 1901 y 1903, en los aledaños del Hospicio (en el número 35-37 de la calle de Fuencarral) y que para él este edificio formaría parte de su itinerario habitual, un itinerario marcado todavía por muchos signos urbanos antañones y decrépitos, de otra época, como este.
Gaspar Gómez de la Serna en su biografía Ramón (Obra y vida) (1963) señala que aquella calle era entonces “la gran vía populosa y comercial de Madrid”, el Madrid del novecientos, en el que “aparentemente nada había cambiado (…) con aquella estampa modesta que reinventó Galdós (…). Un Madrid, capital casi provinciana, pequeño burguesa, sin industria ni proletariado (…), con los primeros automóviles, que estrenaba luz eléctrica en sus calles privilegiadas… pero continuaba con su luz de gas sobredorando las esquinas de la noche y encendiendo los viejos cafetines y que soportaba con amable despreocupación la frivolidad de una mínima superestructura social –el todo Madrid glosado por Montecristo”[10].
Quizá fue aquella imagen decrépita la prevalente a la hora de concebir Ramón en 1919 este artículo y echó mano del “madrileñismo erudito” para reforzar o amplificar sus recuerdos y afianzar su pesimista visión. Por ello recurrió a los juicios negativos y a las acerbas críticas de los tratadistas neoclásicos (sustanciándolo en el Madoz) que vieron en aquella portada un ejemplo del mal gusto barroco, sin olvidar también algo tan objetivo en esos días como que la funcionalidad del edificio como centro asistencial dejaba mucho que desear. No obstante es curioso el contraste que se da entre lo dicho por Ramón en este artículo y lo que Ortega va a sostener años después al considerar aquella arquitectura “burlona, conceptuosa e inquieta” que expresa en su barroquismo “el jocundo frenesí de un día de fiesta”.
Este artículo de Ramón sobre el Hospicio es también un buen ejemplo de lo que su biógrafo ha calificado de “cosificación general de la ciudad y de la aproximación microscópica a cada una de las infinitas cosas mínimas, olvidadas, deshechas, cotidianas y sencillas que la integran” cuyo efecto es “una prodigiosa revelación poética del todo de que proceden”. Gracias a esa visión cuasi totalizadora que muestra Ramón en sus crónicas donde despliega además su particular punto de vista literario, “rescata para el costumbrismo –como un Larra sobrepuesto a un Mesonero– la imagen viviente de la actualidad, perdida en el historicismo que limitaba el tema antes de él a la rememoración retrospectiva, en un Sepúlveda o incluso en un Pedro de Répide, o en ese casticismo anecdótico y sin interés, de pura superficie, hermano de leche del género lírico”[11]. Esto le lleva a Ramón a “utilizar la referencia directa o documental, el ´dato concreto obligatorio para el cronista´ como dice Fernández Almagro, aunque después haga desaparecer toda visible apoyatura erudita”.
En este sentido –continúa Gaspar Gómez de la Serna–, “la armadura interna del costumbrismo ramoniano es la más rigurosa de todo su ensayismo, la que le ha requerido una mayor acumulación de material fehaciente, incluso de material gráfico con el que siempre que ha podido ha ilustrado curiosamente sus trabajos sobre Madrid, desde La Tribuna, que aprovechaba luego para sus cuadernos de gran formato, hasta los grabados raros o antiguos que coleccionó para su Elucidario y los curiosísimos apuntes personales [los dibujos] que trazó su propia pluma. Con este bagaje, Ramón se salva del historicismo erudito, ampliando su campo de acción por toda la vida de la ciudad, se salva también… del otro apartadero donde el costumbrismo fatalmente hubo de caer: el del casticismo engendrado por el género chico y por el pintoresquismo anecdótico y menor”[12].
Este artículo ramoniano sobre el Hospicio y su portentosa fachada es exponente a su vez también de la tensión urbana entre la perduración de las formas arquitectónicas del pasado y el proceso de modernización de la ciudad en aquellos años, cuyo epítome madrileño fue la apertura de la Gran Vía, eje de un Madrid volcado ya en parte en el cosmopolitismo y la modernidad[13].

Patio central del Hospicio hacia 1920
En julio de 1912, Tomás Borrás publicaba en La Tribuna el artículo, “Retratos. El último madrileño”[14], dedicado al dramaturgo, poeta y novelista Antonio Casero, claro exponente del “costumbrismo regionalista conocido como madrileñismo”[15]. En este artículo, Borrás afirmaba rotundamente que “Madrid va despareciendo poco a poco. Apenas si queda algo de él por Maravillas[16] o la Plaza Mayor abajo. El resto de Madrid es tan cosmopolita y tan vario que su aspecto de gran ciudad moderna ha destruido su carácter típico. La civilización, poco a poco, va devorando insaciablemente las casas viejas, las encrucijadas y las plazoletas (…), los nobles palacios solariegos (…). Donde hubo un viejo convento recatado (…), un viejo convento evocador, se alza hoy una amplia casa que levantó la codicia de la renta (…). La villa de Larra y de Mesonero, se va lentamente desvaneciendo invadida por la otra ciudad, de soberbia y de estrépito”. Y de igual forma que la materialidad antañona de la ciudad iba por entonces desapareciendo irremediablemente por el empuje demoledor de lo moderno, también Borrás aprecia el mismo proceso y fenomenología en la ciudadanía: “Y los madrileños –escribe– también se funden [que es tanto como decir que desaparecen] en la Gran Ciudad que ha envuelto y ahogado al viejo Madrid”.
En este mismo orden de cosas, y ejemplo igualmente de esa tensión entre el pasado y lo nuevo de la ciudad, es muy relevante que Ramón al referirse años después a “La Puerta del Cuartel del Conde-Duque” (en Nostalgias de Madrid(1956), obra del mismo arquitecto que el de la fachada del Hospicio, Pedro de Ribera, escribiese:
“A veces dudábamos si era de Madrid esa fachada decorativa con algo de pesadilla de las glorias pasadas, inverosímil como bastión moderno, como boca de túnel entre la historia del pasado y la historia actual” o “La puerta del cuartel del Conde-Duque representa algo señorial y bárbaro, que no está desprovisto de cierto barroquismo en su grandeza”.
La misma tensión se percibe cuando escribe “Las comparsas de San Antón” (en Elucidario de Madrid, 1931) en donde califica a la calle de Hortaleza de:
“calle oscura, casi tétrica y huraña (…) que es, aun después de empedrada, camino de herradura, la más clara salida de los burros de Madrid”.
Pero lo mismo podría también aplicarse a la valoración que hace de la Gran Vía en “El Fénix y la Gran Vía” (en Nostalgias de Madrid):
“La Gran Vía es el escape progresivo del hombre montado sobre el alcotán valeroso, y los que la vimos nacer nos guiamos por la vieja alegría para remontarla, un poco ciegos de tiempo. Experimentados en pasar por la Gran Vía, ahora la vemos de otra manera que la vimos, y la encontramos más parecida a Madrid que nunca, subsanada y absorbida por Madrid, patinada por el aire general que callejea al cohete con la ciudad, hermanada con la calle Fuencarral y sus otras adyacentes, ya con el tono antiguo y cetrino del verdadero Madrid”
El artículo de Ramón sobre el Hospicio puede encuadrase también, finalmente, para una mejor comprensión y valoración de sus coordenadas, en lo dicho por Antonio Espina cuando se refiere al costumbrismo ramoniano: “Gómez de la Serna era actual y universal y, al mismo tiempo, tradicionalista y local. Él no era un madrileño universal, sino un universal a la madrileña. Que es muy distinto. Su personalidad nos parece como un ángulo de largos lados que abarcan un mundo y se pierden de vista, cuyo vértice se ahínca en la Puerta del Sol. En Madrid el encuentro de Ramón, sin búsqueda como todos los suyos, fue el más sencillo y emocionante de todos. Se encontró a sí mismo. Él lo expresa con una frase espléndida: “Vagante en Corte, título celestial […]. La crítica actual debiera fijarse más atentamente en el Gómez de la Serna costumbrista”[17].
Post scriptum
A través de una serie de noticias entresacadas de la prensa periódica desde la segunda mitad del XIX y en los primeros años del XX, Sonia Fernández Esteban, actual Jefa de Colecciones del Museo de Historia (antiguo Museo Municipal) ha relatado, en un excelente artículo, la errática travesía que el Ayuntamiento de Madrid protagonizó para reconvertir el Archivo Reservado en Museo municipal ubicándolo en el Hospicio, salvado de su demolición y recuperado para ese nuevo uso como respuesta al interés social por conservar y mostrar “el pasado local con una perspectiva histórica que pretendía alejarse de lo legendario [a través de] objetos cotidianos, obras de arte, restos arqueológicos y artefactos de diversa condición [que] comenzaron a valorarse como testimonios materiales de la historia común de una sociedad. Merecía la pena conservarlos, reunirlos, estudiarlos y, sobre todo, presentarlos al público”[18]. A ese cúmulo de noticias se suma la que ya he apuntado más arriba, la mencionada por Simón Núñez Maturana cuando le entrevista José Bordiú[19].

Frasera trasera del antiguo hospicio hacia 1930
Aunque Ramón Gómez de la Serna no se refiera de forma directa a ello, hay que entender su artículo como parte, en su caso “negativa”, de ese largo proceso, pues se hacía eco, del estado ruinoso del edificio y la necesidad de su demolición sin más. Sin embargo, años después de este artículo, la idea de fundar un museo que recogiese los elementos materiales del pasado que poco a poco iban perdiéndose por causa de la modernización de la ciudad aparece mencionada en otro suyo, “Variaciones. Muestras pintorescas”, publicado en La Tribuna el 7 de enero de 1922[20], ilustrado con tres dibujos de su mano, en el que se lamenta de que no haya un Museo provincial [que es tanto como decir municipal] en el que se fueran recogiendo estas muestras:
“En los rincones de la ciudad, en esas esquinas que no olvidaremos nunca, vemos muestras típicas que van situándonos en la vida mejor que nadie. Muchas veces recorremos un camino olvidado durante mucho tiempo, solo por volver a ver esa muestra típica, que convierte a la ciudad presente en ciudad de los antiguos tiempos. Como aquí [en Madrid, se entiende] no hay un Museo provincial en que se recojan esas muestras que hacen pintoresco el mundo, el cronista debe irlas recogiendo y apuntando.”.
Es el momento ahora de traer a colación otro testimonio sobre ese borrascoso proceso de creación de un Museo Municipal en Madrid, el del pintor, impresor y escritor de vanguardia Gabriel García Maroto –retratado en uno de los mosaicos ramonianos de “los que han pasado por Pombo” (en La sagrada cripta de Pombo)– en relación con la Exposición del Antiguo Madrid (1926). A esta importantísima exposición, punto de partida definitivo y origen mediato del Museo Municipal, García Maroto se refirió en los siguientes términos en su libro La Nueva España, en el capítulo titulado El Museo de Madrid, “como algo lejano del Madrid de hoy” y al analizar el contenido de la exposición abogaba por la creación de un Museo enraizado en la dinámica vida artística madrileña del momento. El momento era 1927. “Bien está en el Hospicio –escribía entonces García Maroto– todo el núcleo inicial –tan lejano– del Madrid de hoy, con lo histórico y lo pintoresco: todo bien fijado ante la mirada del curioso visitador para el aprovechamiento cierto, para el buen conocer la vida de Madrid, formada por los elementos del más complejo interés general. Otro Museo que este es el que queremos comentar aquí. Un Museo más revelador que comentador, un Museo que viene a ser un vivo prisma de reflejos diversos, de diversa representación dentro de la unidad de origen”.
García Maroto proponía así la creación de un “verdadero” Museo de Madrid que recogiese, desde Goya hasta Bores, la auténtica vida popular y urbana de la ciudad. En ese hipotético Museo incluía también a Solana, Barradas, Bores y él mismo[21]. Tanto la Exposición del Antiguo Madrid como la creación subsiguiente del Museo Municipal representaba –como escribí entonces– “un epígono de la cultura y los valores conservadores defendidos por un sector culto de la aristocracia y de la alta burguesía, cuyos ideales museísticos les asimilaba claramente con la Villa y Corte tradicional, feudo de la Monarquía, frente a la ciudad moderna que se estaba formando, de corte liberal y republicano”.
En relación con la idea de visibilizar o mostrar vasos comunicantes entre el pasado y el presente y la permanencia, al menos visual, de ciertos aspectos de “ciudad de los antiguos tiempos” en la ciudad moderna, fue paradigmático el interés de Ramón por recopilar en su archivo personal imágenes de aquel Madrid antiguo que aún se resistía a desaparecer en los años veinte. Una prueba de esto lo corrobora el anuncio (presumiblemente confeccionado por el propio Ramón) que apareció previamente a la publicación en La Tribuna el 17 de abril de 1920, núm. 3.027, pgs. 7-21 de su extenso artículo sobre “La Puerta del Sol[22].
Algunas de las imágenes para ilustrarlo se las facilitó a Ramón, ya lo he referido en otra ocasión, Don Félix Boix[23], miembro destacado de la Sociedad Española de Amigos del Arte, y uno de los impulsores más destacados del Museo municipal y de la exposición que le precedió, la Exposición Del Antiguo Madrid, en 1926, en el edificio del Hospicio, cuyo título es un claro homenaje al libro de Mesonero Romanos, El Antiguo Madrid[24]. En el “Catálogo de la Primera Exposición de la Sociedad de Artista Ibéricos” celebrada en el Palacio de Exposiciones del Retiro en mayo-junio de 1925 en la sala 11 bis se mostraban “Reproducciones populares antiguas (de la colección de Don Félix Boix)”, un claro referente de la simbiosis en aquel entonces entre lo popular y la vanguardia, y, al mismo tiempo, de la relación de este erudito coleccionista y estudioso con algunos de los miembros más destacados de la vanguardia artística del momento que habría que explorar con mayor profundidad.
Pasado y presente, tradición, costumbrismo y modernidad giran y se entrelazan en la prosa ramoniana al hablar de Madrid, tema que, como ya subrayó Francisco Umbral (y así lo iremos viendo) constituye “la gran monografía de Ramón, el tema recurrente de toda su vida”[25]. Su artículo sobre el Hospicio y su portada nos parece un síntoma complejo de esa interrelación.
[1] Este folleto se puede consultar en file:///C:/Users/Eduardo/Downloads/restauracionportadamuseomunicipal_1995-3.pdf (Memoria de Madrid).
[2] La Tribuna, núm. 2855, pg. 6
[3] Quizás sea esta una de las primeras consideraciones que vinculan el edificio del Hospicio con la idea de un museo.
[4] La Tribuna, núm. 2.926, pg.8.
[5] Esta es la firma que leo, pese a lo borrosa que está reproducida.
[6] En Madoz: “El establecimiento conocido en Madrid con este nombre, debe su origen a la congregación del Sto. nombre de María que en 1688 lo fundó en un pequeño local de la calle de Sta. Isabel: en un principio fue particular, y después en virtud de las limosnas que dio el Rey Felipe V y algunos particulares, se hizo general, como lo demuestran los escudos de armas de todas las provincias que tiene su fachada principal (…). En el año de 1800 se unió a este el Hospicio de San Fernando (…) y en 1805 por orden del Príncipe de la Paz, tuvo principio la recolección de mendigos en la corte y sitios reales (…)”. También el calificativo de corruptor que aplica a Pedro de Ribera está tomado de este autor.
[7] Eduardo Alaminos López. “Ramón y la “anunciografía””. Calle del aire. Revista de literatura, diciembre de 2022, núm. 4, pgs. 77-103.
[8] En este ámbito acorde con las tipologías costumbristas hay que situar también su artículo “Variaciones. Los descarteladores”. La Tribuna, 23 de junio de 1921, núm. 3.397, pg. 3), ilustrado con un dibujo suyo. “Las descarteladoras –escribe Ramón– son como las espigadoras de la ciudad…”. Ramón en este artículo y con este dibujo trata de mostrar, sin afán crítico ninguno, ni con ninguna connotación social, un oficio callejero vinculado con las capas más desfavorecidas de la sociedad. En cierta forma se trata de un dibujo-crónica. En él vemos a una mujer de espaldas arrancando de la pared los carteles pegados. Carteles que corresponden al anuncio de las funciones de los teatros Apolo y Lara. A su lado hay un saco donde la mujer va guardando los trozos arrancados. “Los descarteladores –dice– meten en su zurrón todos los papeles y van haciendo un bulto pavoroso, que después les hace sospechosos en medio del alba, cuando se van a su casa, el gran almacén de carteles viejos […] El primer ejercicio de un trapero es ese: el arrancar los carteles, que es la basura de las paredes […]”. Hasta aquí texto e imagen coinciden sin más. Pero en el dibujo subyace otro tema tan importante o más para Ramón como es el de los anuncios y la publicidad del que se ocupó repetidas veces y del que es buena prueba el término “anunciografía” que acuñó para referirse a ellos (ver nota 7). “El que pasa en la madrugada por la calle –escribe– tiene que entretenerse en descifrar los jeroglíficos que quedan. De todos modos queda algo: una letra, un rasgo, un atributo del cartel destruido, que evoca todo el cartel y hacemos memoria de lo que vimos a la tarde […] Cuando el descartelador pierde la paciencia es cuando se encuentra el anuncio pintado, el anuncio que no se puede arrancar. Entonces, con el raspador de la venganza, le borra un poco, lo deteriora, le quita por lo menos la letra más importante. Y en vez de AVISO, pondrá VISO, y al IMPERMEABLES, le quitará el IMPER”. Así vemos en la lámina dibujada distintas palabras “mutiladas”, diseminadas por toda la superficie de la pared.
[9] Solana en el texto citado también alude a que, junto al Hospicio, “hay parada de carros de alquiler, cuyas mulas tienen la collera adornada con flores de papel, por ser el día de su santo”.
[10] Se refiere a Monte-Cristo, seudónimo de Eugenio Rodríguez de la Escalera, quien recogería hacia 1898 sus crónicas sobre la aristocracia en el libro Los salones de Madrid con fotografías de Christian Franzen y prólogo de Emilia Pardo Bazán. Hay edición moderna a cargo de Germán Rueda, Madrid, Ediciones 19, 2014.
[11] Pedro de Répide en su tan conocido como reeditado libro Las Calles de Madrid en el que se recopilan una serie de artículos publicados a partir de 1921 en el diario La Libertad, serie prolongada después hasta 1925, al ocuparse de la calle de Fuencarral comentaba: “Entre las calles de la Beneficencia y Barceló alzase la interesantísima fachada del Hospicio, muestra admirable de la arquitectura que es más característicamente madrileña, y que durante el siglo XIX, tan carente de sentido artístico fue moda desdeñar”. Más adelante concluye: “Se ha conseguido la conservación de la primera crujía de la casa del Hospicio, en el cual podrá ser instalado un Museo madrileño y muy acertadamente [haciéndose eco de la conferencia orteguiana] el de Arte romántico, ideado por el marqués de Vega Inclán, y cuyo embrión ya quedó presentado el año último en el local de Exposiciones de la Sociedad de Amigos del Arte. La fachada del Hospicio, que ha sido declarada monumento nacional fue construida por D. Pedro de Ribera (…)”. Pedro de Répide. Las calle de Madrid. Compilación, revisión, prólogo y notas Federico Romero. Epílogo Alfonso de la Serna. Ilustraciones Esplandiú. Madrid, Afrodisio Aguado, 1981. Son muy interesantes las palabras que le dedica a Répide Alfonso de la Serna: “Llevaba a Madrid dentro de sí. Pero debo aclarar que no era el de Pedro de Répide un casticismo mugriento, de anécdota y rutina. Era un casticismo de casta que no se quiere perder, una conciencia histórica de la ciudad, un amor al pasado solo en función de lo que ese pasado le podía dar para el futuro. Pedro era un madrileño sin localismos… un madrileño universal” (pg. 798).
[12] Gaspar Gómez de la Serna, Ramón (Obra y vida). Véanse Capítulo II, pgs. 33 y 34; y Capítulo IV, pgs. 139-140
[13] Eduardo Alaminos López. “La Gran Vía, collage urbano”. En Gran Vía. 1910-2010. Madrid, Ayuntamiento de Madrid, 2009, pgs. 51-83.
[14] La Tribuna, 23 de julio de 1912, núm. 173, pg. 7.
[15] Al que caracteriza como “el último poeta de Madrid”. El artículo de Borrás va ilustrado con una expresiva caricatura de Casero por Bagaría: como una figura ciclópea, su persona ocupa el centro de la composición, y a sus pies se despliega, abreviadamente, un caserío de barrios bajos y figuras populares.
[16] En distrito de Universidad o Maravillas abarcaba las calles de San Bernardo, Calle de San Vicente Ferrer, Calle de Fuencarral y Calle de Carranza, antigua parroquia de Maravillas.
[17] Antonio Espina. “Ramón Genio y figura”. Revista de Occidente, 1963, número 1, pgs. 62-63.
[18] Sonia Fernández Esteban. “De archivo reservado a museo: El nacimiento de los museos municipales de Madrid (Museo de Historia de Madrid”, abril de 2021. Consultable en Archivoz. https://www.archivozmagazine.org/es/de-archivo-reservado-a-museo/ “En Madrid –escribe Sonia Fernández– se produjo un animado debate sobre el destino del antiguo Hospicio, levantado a principios del siglo XVIII con una portada de Pedro de Ribera, castizo icono del barroco tardío madrileño. El edificio, propiedad de la Diputación Provincial, se encontraba en estado ruinoso y se preveía su demolición para destinar su amplio solar a la construcción de viviendas. A los próceres amantes del “progreso”, partidarios de la demolición, se enfrentaron intelectuales, instituciones culturales y académicas y vecinos. Como se resumió en La Voz (4-6-1924), la prensa participó de forma muy activa en este vehemente debate […] Finalmente el Ayuntamiento, haciéndose partícipe de la sensibilidad popular, compró el solar, rehabilitó la parte del complejo que no había sido derribado y dedicó el resto a espacio público. Pero inicialmente no se había decidido cuál sería la nueva función del inmueble; se barajaron varias propuestas, entre ellas la instalación del Museo del Traje; fue, sin duda, un acierto, que se decidiese celebrar en el edificio, restaurado por el arquitecto municipal Luis Bellido (La Época, 8-7-1926, El Sol, 9-7-1926) la exposición de El antiguo Madrid (La Época, 12-11-1925), inaugurada el 21 de diciembre de 1926 (La Época, 21-12-1926, La Libertad, 22-12-1926). El Liberal (21-10-1926) se había referido a ella como “el vivero del futuro Museo Municipal”. El destino del Hospicio quedaba así marcado; durante los inmediatos años siguientes se trasladaron a él los fondos del antiguo Archivo Reservado y el 10 de junio de 1929 fue inaugurado el Museo Municipal (hoy Museo de Historia de Madrid) que durante muchos años compartiría espacio con la Biblioteca Municipal, inicialmente bajo la dirección de Manuel Machado”.
[19] Véase supra.
[20] La Tribuna, núm. 3.464, pg. 2.
[21] Eduardo Alaminos López. “La Colección Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid. Una Colección y un Museo en formación. Madrid, C.S.I.C, 2001. Separata de X Jornadas de Arte. El Arte Español del siglo XX. Su perspectiva al final del Milenio, pgs. 511-525.
[22] El 4 de marzo de 1920, núm. 2.989, pg. 2, aparecía en La Tribuna un anuncio en tipografía a una columna y a toda página en el que se avisaba al lector de la próxima aparición de un extenso artículo sobre La Puerta del Sol. Por su interés lo reproduzco íntegro: “La Puerta del Sol [en negrita y caja grande]. Así se titula un número extraordinario que estamos preparando para uno de los días del mes corriente. Este extraordinario original y curioso, del que pensamos hacer una gran tirada, y cuya circulación promete ser intensísima, irá repleto de fotografías y dibujos, antiguos y modernos, y llevará un texto interesante y documentado. Ramón Gómez de la Serna, el culto y personalísimo escritor, es el encargado de contar a nuestros lectores todo lo que es y todo lo que ha sido. La Puerta del Sol. Ramón Gómez de la Serna ha buceado e investigado en los archivos y en la Historia para decirnos cuánto supone y significa desde una porción de aspectos esa hermosa plaza madrileña, que puede diputarse como el mismo corazón de la capital de España. La Puerta del Sol donde se halla establecido el centro directriz del orden y la autoridad de la nación entera. La Puerta del Sol donde arranca el primer tranvía subterráneo de España, y punto medio y origen del movimiento circulatorio de la Corte. La Puerta del Sol cuya vida comercial, política, financiera, etc., etc., es mucho más intensa de lo que a primera vista parece. La Puerta del Sol vasto escenario donde se desarrollaron sucesos de extraordinaria importancia para nuestro país, va a ser objeto de un estudio anecdótico, analítico y literario que prepara la fácil pluma de Gómez de la Serna. LA TRIBUNA dedica gustosa sus columnas a esta feliz idea del distinguido escritor. A medida que el montón de datos, dibujos, noticias y documentos preparados para dar forma a nuestro extraordinario vaya adoptando la claridad y la forma necesarias, explicaremos más detalladamente lo que ha de ser esta iniciativa periodística, de la cual estamos muy satisfechos. ¿Por qué no decirlo? La Puerta del Sol va a ser un número extraordinario de LA TRIBUNA, con más páginas que un diccionario enciclopédico. Y valdrá 10 céntimos nada más”. El anuncio volvió a repetirse los días 8, 9 12, 27, 28, de marzo y 1, 2, 5, 7, 8, 12, 14 y 16 de abril. Las cursivas son mías.
[23] Así queda reflejado en el siguiente párrafo: “ ¡Aún es la Puerta del Sol antigua la que se ve en ese dibujo a lápiz, debido al espléndido espíritu del gran coleccionista don Félix Boix, grabado inédito y perfecto, en el que se ve que hasta había en alguna casa un retablo religioso, y se entrevé que la calle de Carretas estaba totalmente entoldada. ¡Quién hubiera cogido aquellos tiempos en agosto! Ha perdido la ciudad la consideración al ciudadano, aunque los ciudadanos entre sí estén más igualados por el respeto”.
Este artículo lo volcó Ramón con variantes en su libro Elucidario de Madrid (1931) [cito por la edición de las obras completas de Ramón en Galaxia Gutenberg, (1998)], quedando este fragmento así: “¡Aún es la Puerta del Sol antigua la que se ve en ese dibujo a lápiz, que debo al gran coleccionista don Félix Boix, grabado inédito y perfecto, en el que se ve que hasta había en alguna casa un retablo religioso, y se entrevé que la calle de Carretas estaba totalmente entoldada. ¡Quién hubiera cogido aquellos tiempos en agosto! Ha perdido la ciudad la consideración al ciudadano, aunque los ciudadanos entre sí estén más igualados por el respeto”. Pongo en cursiva las variantes. La imagen reproducida llevaba en el periódico el siguiente pie: “LA FUENTE DE LA PUERTA DEL SOL. GRUPO DE AGUADORES DESCANSANDO JUNTO A LA FAMOSA FUENTE DE LA MARIBLANCA. OBSERVESE EN EL GRABADO LA CALLE DE CARRETAS CUBIERTA CON UN TOLDO SEGÚN COSTUMBRE DE AQUELLA EPOCA”, que cambió en la edición de 1957 (que es la utilizada por los editores de Galaxia Gutenberg). El hincapié en la calle de Carretas se debe, creo yo, a que en ella estaba situado el Café de Pombo y Ramón muestra su interés aquí también por esa calle a la que le dedicó varios comentarios.
[24] Para la figura de Félix Boix y su donación fundacional al Museo Municipal pueden consultarse Eduardo Alaminos López. “Fondos teatrales del Museo Municipal”. En Catálogo de la exposición Cuatro siglos de Teatro en Madrid. Madrid, Consorcio para la Organización de Madrid Capital Europea de la Cultura 1992, 1992, pgs.. 271-285 y Eduardo Alaminos López. “La Colección de Abanicos del Museo Municipal de Madrid”. En Catálogo de la exposición Abanicos. La colección del Museo Municipal de Madrid. Madrid, Ayuntamiento de Madrid, 1995, pgs. 19-31.
[25] Francisco Umbral. Ramón y las vanguardias. Prólogo de Gonzalo Torrente Ballester. Madrid, Espasa Calpe, 1978, pg. 128.